"Hace diez años, estábamos contando con temor la final del mundo tal como lo conocíamos. El temor de que las tecnologías de las que habíamos llegado a depender se vaporizarían cuando el reloj diera las cero en el nuevo milenio fue nuestra obsesión en los últimos días de la última década.
Muchos estadounidenses se resguardaron en casa, preparándose para el cierre del Año 2000 de redes eléctricas, cajeros automáticos, las centrales nucleares y casi cualquier otra cosa con un cable de alimentación y un chip de computadora. El gobierno de EE.UU. nos advirtió en contra de viajar al extranjero, los departamentos de policía cancelaron todas las vacaciones, la gente se abastecieron de alimentos y otros artículos esenciales.
Si tan solo lo hubiéramos sabido. La tecnología no nos fallaría en esta primera década del siglo 21. En todo caso, sería sorprendentemente mas rápida y más sofisticada, y nuestra dependencia en ella sería más completa.
Pero el mundo cada vez más pacífico, próspero, seguro de si mismo se iba a romper en mil formas, por la fragilidad humana que no se puede encontrar en la estructura binaria de un computador.
(La Tarde o Las Ilusiones Perdidas, 1843, por Charles Gleyre)
La codicia. La soberbia. El odio. El abandono. La ingenuidad. Las computadoras no pueden ser culpadas por traer el sistema económico del mundo al borde del colapso, el derretimiento de los glaciares o de causar que cuatro aviones secuestrados causaran muerte y destrucción el 11 de septiembre del 2001. En su extensión las computadoras tuvieron un papel de soporte en los acontecimientos más destructivos de la década, fue así por que ellas se comportaron según sus instrucciones.
Esta fue la época que ha levantado el telón de la certeza que los norteamericanos teníamos en la seguridad de nuestros trabajos, nuestros hogares, nuestros planes de retiro 401(k), la veracidad y la competencia de nuestro gobierno - y, quizá lo más escalofriante, la capacidad misma de la fuerza militar más poderosa del mundo para que nos proteja de un ataque de un genio malévolo trazado en una tierra medieval muy lejana. Esta década también vino y se fue sin un compromiso firme para hacer frente a la aceleración del cambio climático, pese a las pruebas amontonadas de que la actividad humana ha estado poniendo al planeta en serio peligro.
Incluso nuestro gran pasatiempo nacional, el béisbol, ha demostrado estar infectado con un impresionante nivel de engaño que malbarató el heroísmo de los home-run que estábamos celebrando en la década de 1990.
Sí, nos despertó el 1 de enero de 2000, con una sensación de euforia, o al menos un alivio, de que habíamos domesticado una tecnología que parecía a punto de volverse contra nosotros.
Salimos de esta década de iPods, teléfonos con cámara y amistades en Facebook más elaboradas, y más adictos que nunca a las maravillas de la tecnología. También salimos con menos motivos para confiar nuestro bienestar personal, y mucho menos la condición de la Tierra para las generaciones futuras, a los gobiernos y las instituciones que los seres humanos han creado. Los errores latentes del Año 2000 que provocaron guerras, que se robaron los sueños y destruyeron vidas fueron programados por gente, no por computadoras.
Ilusoriamente.
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