En la vida hay gente que busca oro, otros buscan fama, yo simplemente busco
Café. No es que crea que el café me hará rico, lo cierto es que el olor a café recién pasado alegra mis mañanas, y una buena taza de café con leche es parte esencial de lo que considero el desayuno perfecto, junto a un delicioso
pan francés relleno con queso serrano saladito, si esta frito aun mejor. Si pues, pido poco, y parezco ser un hombre de gustos nada exigentes cuando del desayuno se trata, pero si no hay un buen café entonces lo cotidiano se vuelve tragedia y lo simple se torna complejo.
La afición por un buen café viene de familia, mi madre toma café con leche desde que tengo uso de razón - aunque su preferencia pasa por el café instantáneo - y mi padre sonríe con el aroma inconfundible del café recién pasado. Mi tío mas querido - me disculparan los otros que quizás estén leyendo este post - no puede ir a ninguna parte sin tener que detenerse por un cafecito, cuanto mas cargadito mejor. Mi hermana en cambio prefiere el
Té, no se de donde saco esa preferencia rodeada de tantos cafeteros, será seguro algún gen recesivo que se colo en la cadena durante la concepción.
Este gusto incontrolable, casi una adicción, por el café jamas presentó problema alguno hasta que empece a dejar el Perú hace mas de una década (tal como lo lees, dejar el Perú no es un hecho puntal, es un proceso en constante ejecución, pero otro día hablare de eso). Desde aquellos días una de mis mayores preocupaciones ha sido encontrar un buen café para alegrar mis mañanas. Pasando por los espantosos sobrecitos en los hoteles que incluyen cafetera en cada cuarto - realmente una experiencia traumatica inenarrable -, hasta las bolsas genéricas que usan en las oficinas de miles de compañías en el mundo occidental, nada se compara al sabor del café recién pasado en un
coffee shop local que sabe lo que hace y no se vende a las cadenas transnacionales que nos ofrecen mil y unas combinaciones del grano que crearon los dioses en un día de inspiración.
Por lo que este gusto mio por un café mañanero, una obligación cotidiana que compartimos miles de personas - quizás millones - cada día, me ha llevado a una gesta involuntaria, una campaña interminable por ubicar el café de mi agrado en cada lugar que visito. En algunos, dada la frecuencia de mis visitas, ya tengo ubicadas las tiendas donde detenerme para abastecer mi despensa de una generosa ración de buen café, como
The Castro Cheesery en San Francisco por su incomparable French Roast, o parar a tomar una taza con double shot cuando el sueño me es esquivo, como
Aromas en Santa Rosa. Pero lo irónico es que hasta ahora no había encontrado un lugar cerca a casa donde poder comprar un buen café peruano. Y como casi todo lo bueno en esta vida, una vez mas por accidente, ubique el
Petaluma Coffe and Tea Company donde tome la foto que acompaña este post.
Ahora, mientras escribo estas lineas, una taza grande de café de Chanchamayo me acompaña. Humea como chimenea, es negro como la noche sin nubes, sin luna y sin estrellas. Es rico, sabroso y me transporta a la cocina en casa de mis padres, me hace sonreír como lo hace mi padre, me invita a echarle leche tal y como lo prefiere mi madre. Y si no fuera por la gentileza de la dueña del
Hallie's Diner, quien me indico donde compran su riquísimo café guatemalteco, difícilmente hubiera encontrado estos granos paradisíacos. Debo recordar darle las gracias la próxima vez que tome desayuno en su local, y también debo recordar darle las gracias a la gente del Petaluma Coffe and Tea Company por importar café de
Chanchamayo. Nada mejor que una taza de café recién pasado cada mañana; ahora solo me falta encontrar un lugar que venda queso serrano y pan francés.
Cafeteramente.